No a la escultura de mujer arrodillada representando a Mariana Pineda en la Plaza Santa Adela de Huéscar

viernes, 14 de mayo de 2010

La incineradora de Huéscar y su inestimable contribución al estallido de la Burbuja Climática Planetaria.

Ha llovido durante la noche en Huéscar. También llovió ayer. Una lluvia espesa y sonora. Posiblemente, la cumbre de La Sagra amaneciera nevada ayer. Esta primavera se está manifestando con toda la lujuria de la que es capaz, provocada por un invierno muy lluvioso. Posiblemente los ganaderos respiren tranquilos, habrá pastos abundantes para sus rebaños. Hace dos años escuchaba casualmente una conversación entre varios ganaderos de la comarca. Se lamentaban de la sequía y de la escasez de pastos y cereal a consecuencia de ésta. De los precios insostenibles para ellos que tenían los residuos orgánicos de la alcachofa que tenían que traer de fuera, el precio del transporte (posiblemente también hablaran de otros productos, pero solo recuerdo la alcachofa, todavía imagino los grandes montones de hojas y rabos de alcachofa ennegrecidos resultantes de las fábricas conserveras). Y hablaban de piensos orgánicos, de las cantidades de cada ingrediente que lleva cada uno, de la calidad de cada uno de los ingredientes, de lo que aportan esos piensos a la nutrición de los animales, y a la calidad de su carne. Y de los precios. Otra vez los precios, que les resultaban insostenibles.

Estas conversaciones forman parte de nuestro mundo. Estamos pendientes de la meteorología porque está estrechamente ligada a nosotros, en cierto modo dependemos de ella. Como ha sucedido desde tiempos remotos, desde que el ser humano descubrió la agricultura y la ganadería, hace unos cuantos milenios. Gracias a estas actividades el ser humano ha perdurado durante miles y miles de años y ha podido agruparse en sociedades cada vez mayores y más alejadas de la naturaleza. Gracias a estas actividades el ser humano sobrevive. Gracias a estas actividades, el ser humano se alimenta. No solo el ser humano que vive en un medio rural, y que en el mundo desarrollado representa un porcentaje minoritario, algo así como una tercera parte del total. Si no que esa tercera parte de humanos alimentan a las otras dos partes de humanos que viven de espaldas al sector que los alimenta. Famosas son las anécdotas de los niños urbanos a los que les preguntan de donde viene la leche y responden "del Carrefour". Y son anécdotas totalmente ciertas. En la cadena alimenticia del ser humano, el mundo rural es el primer eslabón. Y el mundo rural, quienes se dedican a la agricultura, a la ganadería, a la cunicultura, a la avicultura, a la apicultura, a la viticultura dependemos de la naturaleza, de la climatología. Y la climatología, aún teniendo sus propias reglas ajenas al ser humano, también depende del tratamiento que los seres humanos le demos al planeta. Si nuestras actuaciones contribuyen a aumentar o disminuir su propio equilibrio, la climatología se volverá más errática y agresiva. Y las consecuencias directas las pagamos los seres humanos. Todos los seres humanos: urbanos y rurales; del mundo desarrollado y del mundo subdesarrollado. Por tanto, es misión de todos los humanos, pertenezcamos a una sociedad u otra, impedir que la naturaleza se altere artificialmente.

Y no evitaremos esas alteraciones artificiales a base de tecnología. No se trata de que unas empresas hayan diseñado unos procesos sofisticados para eliminar los residuos de todo tipo. Se trata de que nos reeduquemos para generar menos residuos, y aún así, que estos sean aprovechados al máximo de diferentes formas. No vale que en una región cualquiera del planeta se implante el cultivo intensivo y masivo de patatas para fabricar bolsas de la compra, que serán trasladadas a otra región para su transformación, y después distribuidas por distintas regiones hasta llegar al consumidor final. Se trata de que modifiquemos nuestras recientes e invasivas costumbres respecto a las bolsas de la compra y aprendamos a utilizarlas fabricadas con materias primas renovables y duraderas lo más próximas a nuestro territorio, tanto la materia prima como la producción. Y cuando nos ofrezcan otra que no reúna esas características, rechazarla de plano: no, gracias.

Hace unas décadas, las grandes ciudades y sus núcleos industriales necesitaron de mano de obra para desarrollarse y recurrieron a las poblaciones rurales para nutrirse de ella, que en aquellos momentos estaban a la inversa, tres cuartas partes éramos rurales. Y el mundo rural se quedó semi despoblado. No se producian alimentos suficientes para alimentarnos a todos. La agricultura y la ganadería empezaron a ser insuficientes. De ahí nacieron los "empresarios" agrícolas y ganaderos, a los que nunca se debe confundir con agricultores y ganaderos. Estos empresarios comenzaron a invadir la tierra, a romper el equilibrio. Grandes extensiones de agricultura intensiva, tonificada con nutrientes químicos de toda índole, demandando grandes cantidades de agua, y cambiando la naturaleza de la agricultura tradicional (me interesan naranjos de esta modalidad; fuera almendros, quiero lechugas, no me importa que consuman mucha agua, ya hay políticos a mi servicio que me la proporcionarán). Igual ocurrió con la ganadería y las granjas: todo enjaulado, ocupación de espacio exacta por animal, ni un centímetro más, alimentado de forma artificial y química, controlándole incluso el tiempo que debe dormir y comer cada animal en minutos y cantidades exactas. Lo que a su vez generó -aunque no está claro que fue primero, si el huevo o la gallina- otra serie de industrias paralelas: de las químicas relacionadas con abonos, plásticos, y otros productos más de tipo farmaceútico.

Así hemos estado funcionando durante unas pocas décadas: el mundo rural casi desaparecido, en manos de empresarios especuladores. El mundo industrial saturado al máximo. El mundo urbano esclavo del tiempo y consumidor obligado de todo tipo de productos y bienes. Y generador inconsciente de una cantidad de residuos intolerable muchos de ellos de muy dificil disolución y reciclaje. Al principio este tema de las basuras se llevó como se pudo: grandes vertederos cercanos a las ciudades que iban creciendo considerablemente; después se empezó a seleccionar para el aprovechamiento de algunos componentes; luego se implantó el reciclaje, con mayor o menor éxito. Y en estas llegó la alarma de que la materia prima no renovable de la que se componen muchos de esos deshechos se estaba mermando considerablemente, lo que iba a producir un impacto tremendo en la cadena de producción y transporte; ésto, junto con el volumen que han ido adquiriendo los vertederos, especialmente de algunos desechos (neumáticos, radiografías, pinturas tóxicas, etc) "complicados". El mundo empresarial industrial se ha puesto manos a la obra, y ha diseñado tecnologías que dicen son respetuosas y que hacen desaparecer casi milagrosamente esos desechos tan incómodos, antiestéticos, peligrosos, voluminosos. El mayor problema de estas empresas es que siguen la línea más agresiva de este peligroso sistema productivo: innovar con el objetivo exclusivo de vender y enriquecerse ellas mismas. Empresas, por otro lado, que conviven con un movimiento ciudadano concienciado, ecológico y organizado, que no se cree, puesto que puede mostrarlo, las bondades de esas desaparecedoras mágicas de los residuos imposibles, y les hacen frente. Pero esas empresas, multinacionales, poderosas, no se rinden. Buscan, más que mercados, territorios débiles a los que poder engatusar fácilmente. Y cuando unos que aceptaron ya no admiten más, necesitan seguir medrando. Y ahí entran los territorios rurales que se desmembraron en la época de expansión industrial y que ahora no saben que hacer consigo mismos, están batallando entre recuperar contra viento y marea lo que fueron, adaptados a la sociedad actual, con la intención de desarrollarse a si mismos con dignidad y procurar dignidad a las sociedades urbanas, o copiar el estilo urbano, implantando en esos territorios casi vírgenes sistemas agresivos de producción.

Pero al sistema industrial no le interesan esos territorios alejados, por diversas razones, entre otras, que ellos mismos están en decadencia (reajustes de plantillas, disminución de producción y cierre de empresas). ¿Que les queda entonces a los territorios que aún habiendo sido tentados por los empresarios agrícolas y descubriéndose no aptos para sus intereses, que no acaban de asumir su papel fundamental como base en la cadena de supervivencia del ser humano, y que no vislumbran un futuro profesional y económico para su población?. Nada. Aparentemente, nada. Están en medio de un vendabal y se agarran a lo que pueden para no verse arrastrados al vacío: parches de construcción, parches de subenciones, parches de pequeñas empresas insostenibles, parches de consumo, parches de agricultura para la exportación ... parches, todo parches. Parches y sueños. Sueños de que ser deseados por grandes compañias que nos solucionen el desempleo y las finanzas municipales, del mismo tirón.

Y en ese momento, de forma real o ficticia, que no parece muy claro todavía, nos proponen en Huéscar, instalar una macro incineradora que se lo come todo. Literalmente: basuras, desechos tóxicos, productos reciclables, agua, tierra, ganadería, salud; unos en mayor medida que otros, cierto. Pero sin dejar de comérselo todo. Para que las sociedades, urbanas y rurales, cercanas y lejanas, puedan continuar consumiendo materias primas no renovables, produciendo innecesaria y equivocadamente, y generando residuos imposibles de asumir. Acelerando, en definitiva, el plazo para que estalle la burbuja climática planetaria. Para que la vida de las próximas generaciones de humanos sean muy difíciles y complicadas, estén enfermas, hambrientas, sedientas, errantes. Perdidas. Que maldecirán a nuestra generación desde que tengan uso de razón hasta su muerte, posiblemente temprana y dolorosa.

Y todo, a cambio de unos cuantos puestos de trabajo, de unos cuantos votos, de sacudirnos un poco nuestros complejos de rurales.

DahirA.

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