No a la escultura de mujer arrodillada representando a Mariana Pineda en la Plaza Santa Adela de Huéscar

martes, 11 de enero de 2011

Reflexiones de una huesquerina adoptiva

Ya he dicho en alguna ocasión que me quedé en este lugar, en Huéscar, por amor. El territorio me sedujo hasta enamorarme cuando lo visité por primera vez: las montañas, las huertas y los campos, la arquitectura. El aire parecía destilar almas poseídas de una vasta cultura ancestral: tierra fuerte y sobria en la que había ido dejando su impronta pueblo tras pueblo, desde que el hombre era un homínido.

Me instalé a principios de un otoño, cuando el clima todavía era amable, y disfruté de la intensidad que brindan los otoños en los territorios donde los árboles de hoja caduca abundan, transformando el paisaje de transición del verano al invierno tan magistralmente, con una precisión y amplitud cromática tan asombrosa que casi es imposible desentenderse de ellos.

Luego vino el invierno más crudo registrado aquí en muchas décadas y, desde luego, el invierno más riguroso que he vivido jamás. Y allí estaba yo, en mi hermosa casita de espacios diáfanos, feliz con mi estufa de leña que cuando soplaba el poniente me llenaba la casa de humo, intentando plasmar mis impresiones paisajísticas en urdimbre y lana, hurgando en internet cualquier información que me enseñara sobre esta tierra: historia, cultura, paisajes, cocina, rincones, flora, fauna ... hielo, nieve, chisporroteo de fuego, internet, fibras y bastidores, libros y música. Y batallando a menudo con la leña; y la estufa, asunto en el que era totalmente profana y que a veces me costaba soltar algún que otro resoplido en los intentos para encenderla.

El invierno apenas me dió para descubrir los churros y el chocolate de La Perla, la iluminación navideña más minimalista y hermosa que nunca había visto, en Castilléjar (todas, salvo esa, me han parecido y me parecen de horrendas a pasables, pero nada más), un concierto de música clásica interpretado por un cuarteto de cuerda en la iglesia de Galera, el museo paleontológico de Orce, y paseos por el parque municipal y el casco antiguo de Huéscar, sola o haciendo de "guía" cuando venían a visitarme amig@s y familiares.

Apenas cuarenta y ocho horas después de la última nevada, rozando ya la primavera, empezaron a brotar los árboles y que para mí significó el final del invierno. Fue entonces cuando me dije que era hora de socializar. Quería ser parte del pueblo, necesitaba pertenecer al pueblo, y para ello era necesario conocer a las personas, aprender, compartir. Mi primer contacto fue a través de internet: una página que invitaba a pasarte por una oficina si buscabas empleo. No lo buscaba exactamente, pero pensé que podía ser un buen comienzo; debo decir que no me fue útil en ningún sentido, salvo en que para llegar a esa oficina, en la que estuve varias veces, primero pasaba por unas puertas que ponían "Información a la mujer" o "Centro de la Mujer", o algo parecido. Así que un día, decidí entrar. Me atendió Mª Carmen Nieto a quien, básicamente, le dije quien era y lo que quería: socializar. Y me ofrecí para realizar algún tipo de voluntariado que tuvieran disponible. No tenían ninguno, pero Mª Carmen, y eso siempre lo he dicho desde entonces, fue amable conmigo y buscó una alternativa: invitarme al grupo que próximamente iniciaría las mesas para crear el I Plan de Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres de Huéscar.

Así conocí a Encarna Blázquez, a Angel Fernández, a Pilar Sánchez Aránega, de la asociación de Emprendedoras, quien a su vez, y después de una o dos reuniones más, me invitó a unirme a su asociación, y me propuso participar en el stand de Emprendedoras de la feria medieval, la primera; y allí conocí a Lola Olivares y sus hermanas Mª José y Manuela, quienes me presentaron a Carmen Montore; y aquella feria me llevó a la feria argárica de Galera, donde conocí a Chus Mantecón... en el otoño me apunté a un cursillo de informática en el Guadalinfo, nada menos que para hacer una página web, yo, que era, y soy, una absoluta patosa informáticamente hablando, me lancé, sin mucha confianza, pero allí estaba Luisa Román, quien con su maravillosa capacidad impartiendo y dinamizando, hizo que le perdiera el miedo al ordenador, después de muchos años.

Todas estas personas, y aún otras -a las que por haber perdido el contacto con el paso del tiempo, puedo confundir los nombres, así que mejor no doy ninguno-, cada una con su personalidad, su profesionalidad, sus conocimientos, su alegría, su ironía, su inocencia, su energía, no solamente me admitieron, si no que algunas de ellas también me tendieron su amistad, y todas, todas, me enseñaron mucho, y aún me enseñan, que duda cabe.

Por ellas, por unas y por otras, a retazos, entre bromas, ironías, confesiones, y diversos contextos, fui sabiendo que la sociedad huesquerina es machista, conservadora, que es poco menos que imposible encontrar un trabajo si no tienes un enchufe, que aquí se vive principalmente de las subvenciones, que la artesanía está totalmente marginada, que en general la gente era bastante inculta, que esta tierra es un lugar horrendo, sin nada bueno... Si he de ser sincera, diré que era escéptica ante todas esas negatividades y pensaba que lo decían por humildad o por exageración.

Yo veía oportunidades por todos lados ¡hay tantos recursos aquí! y me hablaban de tanto dinero público, que era imposible que aquí se viviera mal, y que no hubiera ni una persona que no estuviera enamorada de su tierra. Lo único que no hay aquí son centros comerciales, cines, teatros y discotecas, y teniendo en cuenta que para mí son prescindibles los centros comerciales y las discotecas, y que para cines y teatros tenemos dos ciudades a hora y media, eso no era ningún problema. A cambio no hay contaminación, el aire en primavera huele a lilas, los cielos son nítidos, los atardeceres más hermosos son los de la comarca en invierno, los contrastes entre unos paisajes y otros son sorprendentes y cautivadores, el agua brota de la tierra como por encanto, incluso en algunos parajes semidesérticos, las personas son amables, divertidas y sabias, la historia sale al encuentro desde la remota prehistoria, sobran recursos naturales, las huertas son ricas en productos, escuchaba hablar de turismo rural ¿como iba a estar marginada la artesanía si se estaba desarrollando un proyecto de turismo rural? ¡eso era poco menos que imposible!

Y se impartían tantos cursos, y había tantas conferencias, y tantas asociaciones, y el alcalde, cuando hablé por primera vez con él, me pareció tan honesto; tantos servicios.

Pero si decían que en artesanía estaba todo por hacer, lo lógico era organizarnos y empezar a desarrollarla. Y así nació la idea de la asociación, sobre la que estuvimos reflexionando varios meses, hasta que nos decidimos a formalizarla. Y empezamos a trabajar, transformando las ideas en proyectos, presentándolos, defendiéndolos, archivándolos, participando en mesas y jornadas ... descubriendo, conociendo, ubicando.

Y fueron apareciendo las otras caras del territorio, sobre las que yo era escéptica, y las carencias, y las gestiones de unos y otras, otros y unas, y las formas que no se correspondían con los contenidos, y los engaños, y las sorpresas, unas positivas, las más, negativas. Y con los años, han ido creciendo y acumulándose. A veces, me parecen demasiadas y demasiado pesadas. A veces pienso, apropiándome de la frase con la que Javier Marías empieza la novela "Corazón tan blanco", que "no he querido saber, pero he sabido". Siempre que amo, sé, aunque no quiera saber. Si no amara a esta tierra, me importaría un bledo que funcionara bien o mal, que sus habitantes fueran tal o cual, que la sociedad esté avanzada o sea retrógrada, que las corruptelas sean habituales, que las estadísticas de desempleo encabecen las de la Europa comunitaria. Aprovecharía de ella lo que me interesara, y paz y gloria. Allá se las apañen sus gentes. Pero es que me siento parte de esta tierra, parte de sus gentes, parte de lo que está hecho y parte de lo que hay que hacer. Y sigo, a pesar de los pesares, creyendo en ella, y pensando que es fácil su avance, que basta poner un poco de interés en ella, apartandoa un lado las cifras de lo que nos dan por ella.

Quizás el principal problema de este territorio radique, precisamente, en que se confunde posesión con amor, y no tienen nada que ver lo primero con lo segundo. Esta tierra está falta de amor, que sus dirigentes políticos y sociales la amen, confíen en ella, la traten con respeto, y la dejen crecer libre y responsable, en lugar de actuar como sanguijuelas, exprimiéndola y avergonzándose al mismo tiempo de ella. Si fueran capaces de sentir apego por ella, darle antes que recibir, no ponerle precio sino esquivar el precio ...

DahirA.

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