No a la escultura de mujer arrodillada representando a Mariana Pineda en la Plaza Santa Adela de Huéscar

domingo, 6 de junio de 2010

Los cerezos del Altiplano de Granada no están solos

"La recuerdo muy bien y no porque en sus labios se trajera cerezas del Valle del Jerte", dice Pablo Guerrero en una de sus canciones, que escuché por primera vez siendo todavía una niña. Desde entonces, quise conocer el Valle del Jerte y probar sus cerezas. El mayor problema residía en que no sabía donde estaba el Valle del Jerte. Ni siquiera sabía si existía realmente. Podía ser un nombre inventado por el cantautor. Nunca había oído hablar de ese lugar, ni nadie a quien preguntaba lo conocía. Así anduve, de vueltas con la bellísima canción y el nombre del valle misterioso, hasta que años después, casualmente, en una frutería de Vitoria-Gasteiz, mientras esperaba mi turno, ví una cajita de madera con cerezas expuesta al público. Puedo asegurar que se aceleraron las palpitaciones de mi corazón, mientras me acercaba a ella; tal vez ... en uno de los laterales de la caja decía "Valle del Jerte, Cáceres". ¡Existía el lugar!. Y lo tenía ubicado. Transcurrieron todavía algunos años más hasta que, otra vez por pura casualidad, participé en una reunión donde se debatía el lugar apropiado para que un colectivo con el que yo no tenía nada que ver celebrara sus 25 años. Me permití intervenir y propuse el Valle del Jerte. Propuse y vendí, todo hay que reconocerlo. Y no debí hacerlo mal porque se aceptó mi propuesta. Contactaron con Jerte, enviaron a dos personas para comprobar la idoneidad del lugar, les pareció apropiado. Y celebraron los 25 años allí. Naturalmente, yo no formé parte del grupo. Sólo puede ver un vídeo del lugar, que alguien amablemente me prestó. Pero llegó a oídos del propietario del hotel donde se alojaron la anécdota de por qué habían elegido ese lugar. Y el propietario cursó una invitación para mí y mi familia para pasar un fin de semana en el hotel. Fuimos a principios de junio, cuando las cerezas ya estaban maduras en los árboles. El propietario del hotel, un urbanita regenado -había dejado un trabajo de ejecutivo en una multinacional en Madrid y se había arriesgado a construir y gestionar aquel hotel rural, el único en la comarca por aquel entonces-, además de obsequiarnos con una cena cuyo plato principal fue trucha de río, pescada por él mismo, indicarnos donde podíamos ver y comprar artesanías de madera y de mármol, por donde ir a los bosques de castaños, darnos a probar el licor de cerezas y hablarnos de la comarca, contactó con los propietarios de una plantación de cerezos cercana y les pidió permiso para que pudiéramos acceder sin problemas mi familia y yo y coger cerezas de los propios árboles. Naturalmente, efectuamos el "robo" de la fruta: saltamos la tapia de piedras que rodeaba el huerto, elegimos las cerezas que quisimos de los árboles almacenándolas en un improvisado cesto con el borde de las camisetas girado y sujeto hacia arriba, lavamos las cerezas en alguna de las múltiples acequias por las que corría el agua libremente y, sentados al borde del camino, por primera vez saboreé las cerezas que aquella muchacha de la canción no traía en sus labios desde hacía tantos años.

También hace unos años, aunque menos, cuando fuí a encontrarme por primera vez con el Chillida Leku, ese maravilloso museo al aire libre, y cuando en mi mochila portaba tres pequeñas manzanas recogidas en uno de esos frutales del jardín del museo -manzanas que de alguna manera, y salvando todas las insalvables distancias, naturalmente, me unen con otras dos mujeres, Amparitxu Gastón y Pilar Belzunce, que en su juventud les gustaba robar manzanas en ese mismo jardín, como supe después- mientras curioseba por la calle de las tiendas al aire libre en el barrio marinero de Hondarribia, descubrí unas cerezas de intenso y oscuro color amarillo, que antes nunca había visto. Son cerezas de Navarra. Y convivian con las del Jerte en la frutería. Así que compré de ambas y fui comiéndolas mientras paseaba por la playa y luego me senté en un banco del paseo junto a la lonja a contemplar el mar con la ciudad de Hendaya enfrente, y a los buscadores de almejas en la orilla más próxima a mí.

La primera vez que visité la Comarca de Huéscar -recordemos que soy hija adoptiva de la tierra, y no porque nadie me haya adoptado oficialmente, si no porque yo misma he sentido la necesidad de pertenecer a esta tierra- y ví cerezos, concretamente en el paraje del camping "El Cortijillo" en la Sierra de Castril, cercano al nacimiento del río, los consideré un valor añadido a los muchos que ya había ido acumulando de la comarca. Un día de otra primavera posterior, cuando ya vivía aquí, salimos a encontrarnos con nuevos rincones sorprendentes de la comarca -estos rincones parecen inagotables aquí- y entre Galera y Orce, a mano izquierda, divisamos desde la carretera una "cueva-chalet" y decidimos acercarnos a ella a pie. A esa cueva se accede a través de una finca particular, a la que se llega por un camino que en un momento determinado está cerrado por una puerta valla. En aquellos momentos la valla estaba abierta, así que nos tomamos la libertad de continuarlo. La cueva chalet, bautizada así por la amiga que formaba parte de esa "expedición" debido a que tiene tres pisos y un balcón, estaba abandonada y forma parte de toda una "manzana" de cuevas, un cortijo excavado en la roca al pie de un monte salino, con vistas a otro montículo de similares características al otro lado de la carretera y en el que se puede divisar otra cueva mimetizada en la tierra: la cueva mansión, como la bautizó la misma persona, ya que la fachada parece la de una casa señorial de los siglos XVIII ó XIX por el estilo de enrejado de las ventanas. Volviendo al camino de nuestra cueva-chalet, desde la empalizada que delimita la finca y hasta las cuevas, siempre a la izquierda del camino, encontramos otras dos sorpresas: un huerto de cerezos -que en aquel momento, ni estaba en flor ni tenía fruto maduro- y un ribazo siguiendo la línea de una acequia por la que discurre ligera el agua en el que abundan las esparragueras. Y las tentaciones, buscadas o no, no pueden desaprovecharse; y menos cuando se trata de espárragos y de una buscadora nata de espárragos. Algunas esparragueras son enormes, bien alimentadas por el agua de la acequia, y no fue sencillo acceder a algunos de los frutos que nacían entre la maraña de hebras pinchosas de la mata. Pero todo es cuestión de maña, para no dañar la esparraguera, cálculo y presición para localizar el mejor punto desde el que acceder al fruto con los menores riesgos físicos posibles, y asumir las protestas de ésta por la invasión humana imprevista y traicionera, traducidas en avisos de arañazos y en arañazos. Y así regresamos hasta donde habíamos dejado el coche: cruzando el huerto de frondosos cerezos y con el manojo de espárragos apenas sostenido con la mano por el volumen que había alcanzado, como si se tratara de un trofeo. Como comprobamos más tarde, realmente se trataba de un premio escaso: son los mejores espárragos que he comido nunca, con diferencia. Y lo dice alguien que es una vieja buscadora de espárragos silvestres. Tenían un sabor delicado y genuino, con el amargor propio de los espárragos silvestres muy atenuado. Un verdadero manjar. El o los propietarios de la finca debían poner en valor esos espárragos.

Esa franja entre cerros calcinados y espartales que nos lleva a Orce, también alberga una vega exquisita distribuida en parcelas casi en miniatura y otras bondades, en la que además de los cerezos se encuentran choperas, otras pequeñas huertas, el nacimiento de Fuencaliente convertido en piscina de aguas ligeramente frías, absolutamente incoloras, refrescantes, sin ningún aditivo, seductoras tanto para el baño como para la contemplación, un aprisco de ovejas y vacas que es la delicia de niñ@s urbanitas al ver en su propio entorno corderos y cabritos; y al otro lado de la carretera, almendrales -estos almendros enormes que son frecuentes por esta zona-, caminos serpenteantes que nos llevan hasta un nacimiento de agua -otro más- y algún rebaño de ovejas guiadas por el pastor que, amablemente, nos informa de cuanto preguntamos. Y ni siquiera hemos llegado a Orce. Pero este es otro tema.

Estaba con los cerezos. En concreto, con mi segundo encuentro con los cerezos de la comarca. El tercero es otro huerto situado entre Huéscar y Galera, a mano derecha de la carretera. Como ese trayecto lo hago con una cierta frecuencia, observo la evolución de los árboles en cada época del año: cuando empiezan a brotar las primeras flores, cuando los árboles están cuajados de flor, formando un conglomerado compacto blanco y rosado, cuando empiezan a verdear, cuando forman un conjunto unitario verde profundo, cuando entre ese verde intenso está salpidado de pequeñas motas rojas, cuando el verde empieza a decaer, hasta amarillear en tonalidades ocres y cuando los árboles nos muestran su desnudez mientras duermen el largo invierno desafiando los fríos y las nieves. Pero ahora es época de cerezas. Hace unos días, al atardecer, de camino a Galera con la intención de tomar un vino en la terraza del Hotel Galera -esa terraza con vistas a la dulce, serena, verde y blanca Galera, ascendiendo por el cerro hasta coronarse en la ermita donde fue castillo que los últimos conquistadores, en nombre de nuestros queridos reyes católicos, asediaron, conquistaron, quemaron, destruyeron y esparcieron sal por la tierra para que nunca más volviera a crecer la hierba allí- encontramos una novedad en el paisaje tan sabido y del que tanto saber, que nos hizo retroceder: un puesto de venta de cerezas junto a la carretera. Cerezas del Altiplano de Huéscar. Cerezas recién cogidas del árbol. Cerezas sabrosas, jugosas, con ese punto ácido inconfundible de las buenas cerezas -que las hay insípidas, sosas, pastosas, ásperas aunque estén maduras-. Cerezas que no han gastado ninguna energía en transporte, ni saben lo que es una cámara frigorífica. Cerezas curtidas por el duro clima de nuestra tierra, maduradas límpiamente a pequeñas raciones de sol diario, aderezadas con el agua de cualquiera de nuestros riachuelos y de las lluvias que la naturaleza quiera regalarnos. La persona a la que acompañaba las probó y certificó "sí, tienen el sabor de las cerezas de aquí".

Luego tenemos otros huertos de cerezas negras en Castril. Aún no los conozco. Espero poder hacerlo este verano. Tampoco he probado esas cerezas frescas. Se que el año pasado no pudieron vender la cosecha, cuestión de precios, como siempre, los interminables intermediarios y quienes controlan el mercado, deben creer que los frutos nacen sin ninguna ayuda humana y el agricultor es un aprovechado, y se que alguien aprovechó para crear un licor de cerezas que incluye las propias cerezas, verdaderamente exquisito. Nada que ver con el kirsch del Valle del Jerte, incoloro y de alta graduación. Este es un licor de color rojo oscuro y fresco, que adjunta las propias cerezas maceradas.

Cerezas del Valle del Jerte, cerezas de Navarra, cerezas del Altiplano de Huéscar. Estas últimas que no encontramos en nuestros mercados -tiene delito que compremos cerezas en los mercados y supermercados de aquí, transportadas de unos sitios a otros y conservadas artificialmente, cuando aquí tenemos cerezas verdaderamente exquisitas, y que no se han derrochado energías ni en su transporte ni en su conservación-, que no son aprovechadas tampoco en mermeladas, repostería y licorería. Sinceramente, no lo entiendo ... ¿para cuando una verdadera y eficaz coordinación entre entidades que gestionan la financiación y las personas desempleadas de la comarca, más las personas que tienen ideas, más el apoyo, serio, realista y eficaz de los políticos locales?. Tenemos recursos, tenemos desempleo, tenemos financiación ... ¿que nos falta? ¿tal vez voluntad política? ... ¿tal vez dejar de creer que somos los nuevos ricos y que o se hace a lo grande -incineradora, formación de 17 formadores para formar a 15 personas a doscientos cinco mil euros, y mejor no seguimos con los ejemplos, que ya no son horas por hoy- o no se hace, que los pequeños emprendimientos, sin titulares de prensa, son poca cosa?.

No, esos motivos no son válidos. Como no lo son las viejas frases políticas y allegadas de "aquí no hay personas emprendedoras". Señores míos -y digo señores no por una cuestión sexista, si no porque la alcaldía, la manconunidad de municipios, el GDR tanto en presidencia como en gerencia, la Escuela de Empresas, la Asociación de Empresarios, la Asociación de Turismo, ANCOS, están dirigidos por hombres-, teniendo en cuenta la alta tasa de paro de Huéscar, los recursos que se pueden poner en valor, la facilidad con la que se obtienen doscientos mil euros de financiación para formar y la cantidad de técnic@s a sueldo que tenemos relacionados con el desarrollo rural, pongan a trabajar la imaginación, encuentren la fórmula para motivar, den facilidades (no me refiero a que cuando alguien dice "buenos días" le respondan, "hay subvenciones" y cuando alguien les lleva un proyecto les respondan "no hay dinero", o lo que todavía es peor: "invierte veinte mil como yo te diga, y te doy otros veinte mil"), a quien tiene una modesta idea. Y si no encuentran a nadie con esas características, busquen otra fórmula. Es su obligación. Para eso fueron votados. Para eso cobran sus sueldos l@s técnic@as. Para eso son subvencionas las asociaciones. Para mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. Para reducir el desempleo. Para aprovechar los recursos endógenos. Y no me estoy refiriendo a l@s amig@s, soci@s y militantes. Me estoy refiriendo a la ciudadanía. A la comarca. Y de forma sostenible. No queremos más despropósitos. No queremos más si pero no. No queremos titulares que son cortinas de humo.

Queremos que nuestras cerezas, por ejemplo, reciban el trato que se merecen. Y no están solas.

DahirA.

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