Con demasiada frecuencia, y eso ya lo hemos dicho en más de una ocasión, los ayuntamientos tratan a l@s artesan@s como "monitos de feria", aún sin darse cuenta y con su mejor voluntad, por puro desconocimiento del sector y porque, nunca conseguiré saber la razón, dan por hecho que l@s artesanas somos profesionales altruistas y disponibles en cualquier momento. Es muy fácil llegar a conclusión. Organizan un evento, a veces con una gran inversión económica, pero descubren que les falta un toque ¿ como diría? ... etnográfico, con sabor a tierra, a bohemia, a nostalgia, y hasta a exotismo. Y ¿quien mejor que l@s artesan@s para cubrir ese hueco? Reunimos todas las características: somos un poco nómadas, un poco hippies; ofertamos productos curiosos, unas veces innovadores, otras con claras reminiscencias al pasado. Admitimos los horarios y las fechas que nos imponen. Entretenemos al público un rato en un amplio horario a elegir por el público, y sin ningún coste para la organización. Y además, nos están haciendo un favor, ya que gracias a esa iniciativa nos están dando la oportunidad de comercializar nuestra producción, de aumentar nuestras ventas y por tanto, mejorar nuestra economía.
Pero en realidad no es así. Vayamos por partes. Lo de que l@s artesan@s somos nómadas y hippies es simplificar excesivamente y hasta caer en estereotipos falsos. Los y las artesanas necesitamos vender nuestra producción para poder vivir dignamente de nuestra profesión, sea cual sea el gremio al que pertenezcamos. Y como no existe un tejido comercial adecuado, en determinadas épocas nos acogemos a cualquier oferta que se nos presente, en un intento desesperado de vender el resultado de nuestro trabajo, ya que como cualquier otra persona necesitamos ingresos económicos para poder sustentarnos. Cuando no encontramos mejores canales de distribución, probamos con la oferta ferial. Que, eso sí, es amplia, diversa y cubre toda la geografía española. Y lo hacemos en nuestro tiempo libre o restamos jornadas de producción. Después de trabajar en los talleres cuarenta, cincuenta horas semanales, embalamos la parte de la producción que creemos oportuna -a veces, las piezas son delicadas y requieren embalajes especiales y un tiempo considerable-, cargamos, llegamos al lugar, descargamos, montamos el stand con mayor o menor estética, dependiendo de cada cual, y lo atendemos al público durante ocho, diez, doce horas al día. A veces, los eventos son de una sola jornada, a veces de tres o cuatro, y hasta de una semana. Finalizado el evento, realizamos el trabajo de recogida: volver a embalar, cargar, trasladarnos, descargar. Y a trabajar otra vez. Si hemos vendido suficiente, porque hay que reponer; si las ventas han sido irrelevantes, porque nos duele el fracaso comercial y estamos pensando en cambiar el estilo, o las piezas, abaratar costes y tiempo, o todo a la vez.
Si la feria a la que hemos acudido es cercana a nuestro lugar de residencia, ha sido de una sola jornada y el stand ha sido gratuito, es aceptable, aún en el caso de que no se hayan producido ventas relevantes. La inversión ha sido mínima. Y todavía nos podemos permitir un día de descanso semanal.
Pero si la feria se encuentra a cientos de kilómetros de nuestra residencia y tenemos que pagar por el stand, se complica demasiado, teniendo en cuenta que las ventas son una incertidumbre. Kilometraje, hotel, dietas, stand. Es frecuente que el importe de las ventas sea muy similar a los gastos que nos ha ocasionado, y con cierta frecuencia estos superan a los ingresos obtenidos por las ventas. Cuando ya se tiene una cierta experiencia en este último modelo de ferias, lo que se suele hacer es incrementar el precio de las piezas, para que éstas puedan resultar rentables. Pero eso es un arma de doble filo: a más precio, menos ventas.
El éxito de la ventas no depende exclusivamente de los productos ofertados. Existen múltiples variantes: día del mes, época del año, tipo de visitantes, poder adquisitivo de ést@s, ubicación dentro del recinto ferial, temperatura, cualidades de vendedor o vendedora que tengamos, el cansancio físico o psicológico que nos invada en esos momentos. Un mismo producto artesanal tiene fácil salida en unos lugares y muy dificil en otros. En mi caso, que tejía tapices con lanas -tejía, si; no es que haya dejado de ser artesana, que lo seguiré siendo siempre, es que las secuelas de una fractura me impiden seguir haciéndolo-, llevar éstos a ferias en verano es un suicidio comercial. También influyen las características socio culturales de la población. A veces, en los pueblitos, la mayoría de visitantes son personas mayores y familias con niñ@s con pocos proyectos decorativos o necesidades de rodearse de objetos singulares no relacionados con la oferta standard. Aunque esas personas se entretienen curioseando en los puestos, preguntando precios, comentando lo que les recuerdan a objetos que tenían en su casa cuando eran jóvenes, o que recuerdan de la casa de sus abuelos, y se enzarzan en charlas nostálgicas que van enlazando con otros temas. O regañando a l@s niñ@s. O los maridos apurando a las esposas para que no se entretengan tanto. En definitiva, unas y otras personas han pasado unas horas entretenidas, han visto cosas nuevas y curiosas y no les ha costado nada económicamente. Unas y otras, apuestan para que el ayuntamiento vuelva a organizar la feria el año próximo.
En otras ferias ocurre que el rigor de los organizadores para baremar la artesanía es muy difuso, o nulo. En la mayoría de ferias de las llamadas "mercados medievales" que se organizan en los pueblos pequeños, la muestra de productos ofertados es una mezcla imposible: artesanías puras, semi artesanías, productos de mercadillo, productos de reventa, manualidades de aficionad@s, productos importados, productos de fabricación industrial, a veces camuflados como artesanales y otras con el sello inequívoco de China ... en esas ferias, si hay alguien que gana, es el más listo: quien ha conseguido un producto muy barato, que llame la atención del cliente, y que el vendedor sea bueno. Normalmente, ese producto tiene poco o nada que ver con la artesanía.
Entre unos y otros motivos, el artesano y la artesana, después de haber hecho varias ferias sigue sin saber si su producción es comercial o no. Para saberlo necesita tener sus productos en diferentes puntos de venta estables, abiertos todo el año y en los que sólo se venda artesanía. Ese si es un buen filtro para saber si son comerciales. Y si no lo son, los motivos: precio, materia prima, diseño. Entonces sí que puede plantearse continuar esa línea o modificarla. También puede suceder que en unos puntos se vendan y en otros no. En esos casos, el artesano o la artesana producirá una línea para unos comercios y reinventará otras líneas para otros. Pero siempre contará con una cierta estabilidad en las ventas y los ingresos y distribuirá su tiempo laboral y su tiempo libre y de descanso de forma racional. Esa estabilidad mínima sólo nos la puede proporcionar una red de tiendas de artesanía que hoy por hoy no existen. De ahí que nos veamos en la necesidad de ser nómadas temporales.
En cuanto a que l@s artesan@s somos bohemios y hippies es puro tópico. L@s artesan@s somos bohemios, hippies, tradicionales, activistas, pasotas, resignados, conservadores, progresistas, creyentes, ate@s, vegetarian@s, carnívor@s; nos gusta la vida ordenada o desordenada; somos fumadores de cigarrillos de marihuana o de tabaco rubio de picadura, o de tabaco negro, o ex-fumadores o no fumadores; nos gusta el alcohol o somos abstemios; tenemos familia o somos solter@s; nos gusta conducir o no; somos habladores o callad@s; cultos o incultos; tenemos formación universitaria o no; nos gusta el fútbol o la literatura; tenemos mala leche o somos afables. Como cualquier funcionari@, arquitect@, fontaner@ o dependiente, o cualquier otra profesión. Como personas, cada cual pertenecemos a un grupo social.
Como profesionales tenemos nuestra propia idiosincrasia, como la tienen los médic@s o los mecánic@s. Nos gusta compartir conocimientos y experiencias con colegas. La mayor singularidad que podamos tener es a consecuencia del trabajo en talleres individuales generalmente -casi nunca con más de dos o tres personas- y necesitar de un entorno en el que poder desarrollar la creatividad implícita y explícita en el trabajo manual. A veces por las técnicas empleadas -si necesitas que una pieza salga del horno a tal hora, tienes que poner éste a cual, sean las seis de la tarde o la una de la madrugada-, a veces por cuestiones creativas -más de una vez he abandonado un tapiz en un punto en el que me resultaba imposible continuar, por más intentos que hiciera, y al día siguiente me he despertado a las cuatro de la madrugada con la forma precisa de hacerlo, y he dado un salto de la cama y he corrido a terminarlo antes de que se diluyera la idea-, a veces por plazos de entrega tenemos que modificar horarios o alargar jornadas. Pero ahí se acaban nuestras singularidades. Ni tenemos el don de la ubicuidad ni somos vendedores. Y nos gusta descansar dos días a la semana como a cualquier otro trabajador o trabajadora. O elegir nosotr@s mism@s que eventos feriales nos interesan, cuales pueden ser más beneficiosos a corto, medio y largo plazo para nuestro desarrollo profesional y comercial. En cuales nos sentimos mejor representados como sector. En cuales se dignifica nuestra profesión y nuestra producción.
Pero estos detalles no los conocen l@s organizadores de eventos feriales, ni les interesan lo más mínimo. A est@s organizadores sólo les interesa redondear su evento sin precio añadido, o pagar el precio pactado con la empresa que ofrece el pack de feria artesanal, aunque esa empresa esté explotando a l@s artesan@s participantes, como suele ocurrir con este tipo de empresas, que mediante extravagantes métodos utilizan a l@s artesanos en su propio beneficio económico.
Todo ésto viene a cuento porque esta mañana Dahira hemos tenido una reunión para hablar de una oferta de feria artesanal en Castilléjar. La alcaldesa había pensado en una feria en la que hubiera mucho público y que consistia exclusivamente en que se aprovechara la carpa instalada para fines festivos y Dahira convocara a l@s artesan@s, que muy gustosamente estarán encantad@s de pasar un sábado o domingo de agosto metidos en la carpa ocho o diez horas, más montaje y desmontaje y que cuando toque sol y se convierta en una sauna, pues a saunarnos, sin más connotaciones artesanales, ni de consumo de proximidad, ni culturales, ni comerciales, ni de desarrollo sostenible. Y todo por puro desconocimiento. Como suele ocurrir, salvo honrosas excepciones, como es el ayuntamiento de Cortes de Baza que entendió hace ya tres años que un mercadillo artesanal beneficia a la ciudadanía y al municipio tanto o más que a l@s artesan@s y que como nuestro trabajo y nuestro tiempo de descanso es muy respetable, ha creído oportuna una pequeña inversión económica para dignificar el evento y a l@s artesan@s que acudimos, siempre con la duda de si se producirán ventas o no. En Cortes de Baza la ciudadanía se beneficia, el evento es congruente y l@s artesan@s no perdemos, con opción a ganar también. Luego, ganamos tod@s.
Sólo faltan 13 municipios de los 14 que integran el Altiplano de Granada que respeten al sector artesanal y apuesten por las artesanías comarcales.
DahirA.
Pero en realidad no es así. Vayamos por partes. Lo de que l@s artesan@s somos nómadas y hippies es simplificar excesivamente y hasta caer en estereotipos falsos. Los y las artesanas necesitamos vender nuestra producción para poder vivir dignamente de nuestra profesión, sea cual sea el gremio al que pertenezcamos. Y como no existe un tejido comercial adecuado, en determinadas épocas nos acogemos a cualquier oferta que se nos presente, en un intento desesperado de vender el resultado de nuestro trabajo, ya que como cualquier otra persona necesitamos ingresos económicos para poder sustentarnos. Cuando no encontramos mejores canales de distribución, probamos con la oferta ferial. Que, eso sí, es amplia, diversa y cubre toda la geografía española. Y lo hacemos en nuestro tiempo libre o restamos jornadas de producción. Después de trabajar en los talleres cuarenta, cincuenta horas semanales, embalamos la parte de la producción que creemos oportuna -a veces, las piezas son delicadas y requieren embalajes especiales y un tiempo considerable-, cargamos, llegamos al lugar, descargamos, montamos el stand con mayor o menor estética, dependiendo de cada cual, y lo atendemos al público durante ocho, diez, doce horas al día. A veces, los eventos son de una sola jornada, a veces de tres o cuatro, y hasta de una semana. Finalizado el evento, realizamos el trabajo de recogida: volver a embalar, cargar, trasladarnos, descargar. Y a trabajar otra vez. Si hemos vendido suficiente, porque hay que reponer; si las ventas han sido irrelevantes, porque nos duele el fracaso comercial y estamos pensando en cambiar el estilo, o las piezas, abaratar costes y tiempo, o todo a la vez.
Si la feria a la que hemos acudido es cercana a nuestro lugar de residencia, ha sido de una sola jornada y el stand ha sido gratuito, es aceptable, aún en el caso de que no se hayan producido ventas relevantes. La inversión ha sido mínima. Y todavía nos podemos permitir un día de descanso semanal.
Pero si la feria se encuentra a cientos de kilómetros de nuestra residencia y tenemos que pagar por el stand, se complica demasiado, teniendo en cuenta que las ventas son una incertidumbre. Kilometraje, hotel, dietas, stand. Es frecuente que el importe de las ventas sea muy similar a los gastos que nos ha ocasionado, y con cierta frecuencia estos superan a los ingresos obtenidos por las ventas. Cuando ya se tiene una cierta experiencia en este último modelo de ferias, lo que se suele hacer es incrementar el precio de las piezas, para que éstas puedan resultar rentables. Pero eso es un arma de doble filo: a más precio, menos ventas.
El éxito de la ventas no depende exclusivamente de los productos ofertados. Existen múltiples variantes: día del mes, época del año, tipo de visitantes, poder adquisitivo de ést@s, ubicación dentro del recinto ferial, temperatura, cualidades de vendedor o vendedora que tengamos, el cansancio físico o psicológico que nos invada en esos momentos. Un mismo producto artesanal tiene fácil salida en unos lugares y muy dificil en otros. En mi caso, que tejía tapices con lanas -tejía, si; no es que haya dejado de ser artesana, que lo seguiré siendo siempre, es que las secuelas de una fractura me impiden seguir haciéndolo-, llevar éstos a ferias en verano es un suicidio comercial. También influyen las características socio culturales de la población. A veces, en los pueblitos, la mayoría de visitantes son personas mayores y familias con niñ@s con pocos proyectos decorativos o necesidades de rodearse de objetos singulares no relacionados con la oferta standard. Aunque esas personas se entretienen curioseando en los puestos, preguntando precios, comentando lo que les recuerdan a objetos que tenían en su casa cuando eran jóvenes, o que recuerdan de la casa de sus abuelos, y se enzarzan en charlas nostálgicas que van enlazando con otros temas. O regañando a l@s niñ@s. O los maridos apurando a las esposas para que no se entretengan tanto. En definitiva, unas y otras personas han pasado unas horas entretenidas, han visto cosas nuevas y curiosas y no les ha costado nada económicamente. Unas y otras, apuestan para que el ayuntamiento vuelva a organizar la feria el año próximo.
En otras ferias ocurre que el rigor de los organizadores para baremar la artesanía es muy difuso, o nulo. En la mayoría de ferias de las llamadas "mercados medievales" que se organizan en los pueblos pequeños, la muestra de productos ofertados es una mezcla imposible: artesanías puras, semi artesanías, productos de mercadillo, productos de reventa, manualidades de aficionad@s, productos importados, productos de fabricación industrial, a veces camuflados como artesanales y otras con el sello inequívoco de China ... en esas ferias, si hay alguien que gana, es el más listo: quien ha conseguido un producto muy barato, que llame la atención del cliente, y que el vendedor sea bueno. Normalmente, ese producto tiene poco o nada que ver con la artesanía.
Entre unos y otros motivos, el artesano y la artesana, después de haber hecho varias ferias sigue sin saber si su producción es comercial o no. Para saberlo necesita tener sus productos en diferentes puntos de venta estables, abiertos todo el año y en los que sólo se venda artesanía. Ese si es un buen filtro para saber si son comerciales. Y si no lo son, los motivos: precio, materia prima, diseño. Entonces sí que puede plantearse continuar esa línea o modificarla. También puede suceder que en unos puntos se vendan y en otros no. En esos casos, el artesano o la artesana producirá una línea para unos comercios y reinventará otras líneas para otros. Pero siempre contará con una cierta estabilidad en las ventas y los ingresos y distribuirá su tiempo laboral y su tiempo libre y de descanso de forma racional. Esa estabilidad mínima sólo nos la puede proporcionar una red de tiendas de artesanía que hoy por hoy no existen. De ahí que nos veamos en la necesidad de ser nómadas temporales.
En cuanto a que l@s artesan@s somos bohemios y hippies es puro tópico. L@s artesan@s somos bohemios, hippies, tradicionales, activistas, pasotas, resignados, conservadores, progresistas, creyentes, ate@s, vegetarian@s, carnívor@s; nos gusta la vida ordenada o desordenada; somos fumadores de cigarrillos de marihuana o de tabaco rubio de picadura, o de tabaco negro, o ex-fumadores o no fumadores; nos gusta el alcohol o somos abstemios; tenemos familia o somos solter@s; nos gusta conducir o no; somos habladores o callad@s; cultos o incultos; tenemos formación universitaria o no; nos gusta el fútbol o la literatura; tenemos mala leche o somos afables. Como cualquier funcionari@, arquitect@, fontaner@ o dependiente, o cualquier otra profesión. Como personas, cada cual pertenecemos a un grupo social.
Como profesionales tenemos nuestra propia idiosincrasia, como la tienen los médic@s o los mecánic@s. Nos gusta compartir conocimientos y experiencias con colegas. La mayor singularidad que podamos tener es a consecuencia del trabajo en talleres individuales generalmente -casi nunca con más de dos o tres personas- y necesitar de un entorno en el que poder desarrollar la creatividad implícita y explícita en el trabajo manual. A veces por las técnicas empleadas -si necesitas que una pieza salga del horno a tal hora, tienes que poner éste a cual, sean las seis de la tarde o la una de la madrugada-, a veces por cuestiones creativas -más de una vez he abandonado un tapiz en un punto en el que me resultaba imposible continuar, por más intentos que hiciera, y al día siguiente me he despertado a las cuatro de la madrugada con la forma precisa de hacerlo, y he dado un salto de la cama y he corrido a terminarlo antes de que se diluyera la idea-, a veces por plazos de entrega tenemos que modificar horarios o alargar jornadas. Pero ahí se acaban nuestras singularidades. Ni tenemos el don de la ubicuidad ni somos vendedores. Y nos gusta descansar dos días a la semana como a cualquier otro trabajador o trabajadora. O elegir nosotr@s mism@s que eventos feriales nos interesan, cuales pueden ser más beneficiosos a corto, medio y largo plazo para nuestro desarrollo profesional y comercial. En cuales nos sentimos mejor representados como sector. En cuales se dignifica nuestra profesión y nuestra producción.
Pero estos detalles no los conocen l@s organizadores de eventos feriales, ni les interesan lo más mínimo. A est@s organizadores sólo les interesa redondear su evento sin precio añadido, o pagar el precio pactado con la empresa que ofrece el pack de feria artesanal, aunque esa empresa esté explotando a l@s artesan@s participantes, como suele ocurrir con este tipo de empresas, que mediante extravagantes métodos utilizan a l@s artesanos en su propio beneficio económico.
Todo ésto viene a cuento porque esta mañana Dahira hemos tenido una reunión para hablar de una oferta de feria artesanal en Castilléjar. La alcaldesa había pensado en una feria en la que hubiera mucho público y que consistia exclusivamente en que se aprovechara la carpa instalada para fines festivos y Dahira convocara a l@s artesan@s, que muy gustosamente estarán encantad@s de pasar un sábado o domingo de agosto metidos en la carpa ocho o diez horas, más montaje y desmontaje y que cuando toque sol y se convierta en una sauna, pues a saunarnos, sin más connotaciones artesanales, ni de consumo de proximidad, ni culturales, ni comerciales, ni de desarrollo sostenible. Y todo por puro desconocimiento. Como suele ocurrir, salvo honrosas excepciones, como es el ayuntamiento de Cortes de Baza que entendió hace ya tres años que un mercadillo artesanal beneficia a la ciudadanía y al municipio tanto o más que a l@s artesan@s y que como nuestro trabajo y nuestro tiempo de descanso es muy respetable, ha creído oportuna una pequeña inversión económica para dignificar el evento y a l@s artesan@s que acudimos, siempre con la duda de si se producirán ventas o no. En Cortes de Baza la ciudadanía se beneficia, el evento es congruente y l@s artesan@s no perdemos, con opción a ganar también. Luego, ganamos tod@s.
Sólo faltan 13 municipios de los 14 que integran el Altiplano de Granada que respeten al sector artesanal y apuesten por las artesanías comarcales.
DahirA.