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miércoles, 9 de marzo de 2011

Teoría: 10. Práctica: 0

El discurso que dió Jose Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, en el marco de la Sahred Social Responsibility & Seminar, celebrada en Bruselas los días 28 febrero y 1 marzo de este año, fue de "izquierdas", "muy de izquierdas" en palabras de una persona, socia de DahirA, que estuvo presente en la conferencia. Para cualquier persona que tenga afinidades con la izquierda política habrá pensado "me alegro, estuvo acertada su elección". Pero a poco que alguien con criterio propio husmee durante dos días por dicha Comisión, descubre, sin ninguna dificultad, que la Comisión Europea no recicla. Sí, han leído bien: la Comisión Europea no recicla. Su presidente tiene capacidad para realizar un discurso perfecto, pero la entidad que preside -y no es cualquier entidad-, no lo pone en práctica.

Lo que nos lleva a pensar, sin mucho esfuerzo, que el sistema no funciona, aunque nos hace creer que funciona, que se preocupa, que toma medidas, que trabaja para el avance de una sociedad mejor.

En contraposición a la más alta entidad europea, están los pueblitos entre mil y siete mil habitantes en el Altiplano de Granada que, ateniéndonos a lo que reflejan en sus propias webs, notas informativas e invitaciones a charlas y mesas ciudadanas, también funcionan en este sentido, o quieren funcionar, se adhieren a Ciudades21, Ciudades Socialmente Responsables, encargan diagnósticos, organizan mesas ciudadanas sobre Agenda Local 21, Red Natura 2000, solicitan la declaración de Parques Naturales en zonas de su territorio, crean asociaciones eco senderistas, colocan carteles y generan titulares de prensa donde se lee "Sostenible". Visto desde fuera y sin conocer el territorio, cualquier persona interesada en estos temas pensará "qué involucrados están esos ayuntamientos en materia sostenible y medioambiental".

Pero las personas que vivimos en el territorio no podemos decir lo mismo, ya que, a poco que seamos participativas, sabemos que en realidad no se hace nada positivo en ese sentido. Que mientras se debate o, mejor dicho, se hace como que se informa y se debate, sobre esos temas, están aprobando licencias de construcción en zonas protegidas, vendiendo el agua de los ríos, aprobando en plenos macro incineradoras, destruyendo, sin importar lo que diga la ley en contra, ecosistemas de ribera, vegetación en fincas privadas, zonas protegidas, y planeando autovías innecesarias y polígonos industriales insostenibles e inviables.

Estas actuaciones e intenciones, que siempre las hemos asociado a la ignorancia y la nula capacidad de nuestros políticos locales, viendo el discurso de la Comisión Europea y las actuaciones de la Comisión Europea, contrapuestas totalmente, empezamos a verlas de otra manera, y nos preguntamos que es primero, la gallina o los huevos, o por donde empieza a fallar el sistema: por la base, las entidades locales, o por la cúpula, la Comisión Europea. Si la ignorancia de las primeras va escalando posiciones hasta llegar a lo más alto, o si es la filosofía de la entidad más alta la que va descendiendo hasta la más pequeña, asentando en cada uno de los escalones intermedios la incongruencia entre lo que dicen y lo que hacen.

En cualquier caso, ya sea desde arriba hacia abajo, o desde abajo hacia arriba, lo que esto demuestra es que el sistema político, tal como está estructurado, no funciona, ya que no funciona en ninguno de los diferentes niveles que lo conforman. La clase política, ya sea local o continental, de lo que se preocupa es de parecer, conoce a la perfección como debe comportarse para parecer lo que no es; pero no sabe o no quiere, ser lo que dice ser. Aprenden un discurso en función de lo que creen que es lo correcto dentro de las siglas a las que representan, o las demandas locales y globales de la ciudadanía no afiliada políticamente pero sí concienciada. Su máxima aspiración es que las formas se correspondan con el nombre; que lo dicho, grabado y escrito no empañe lo que significa, o debería significar, el nombre de lo que representan.

Y lo que no podemos olvidar es que a estos políticos y políticas que han elegido a otros políticos y políticas de más alto rango, los hemos elegido nosotros y nosotras, la ciudadanía, y somos la ciudadanía, desde el pueblo más pequeño a la capital con más habitantes, la que los mantenemos ahí y les pagamos su discurso, y sus acciones contrarias a su discurso, a lo que necesitamos, queremos y esperamos de ellos y ellas.

Si el sistema no funciona porque los contenidos no funcionan, somos la ciudadanía, la que lo sostiene, la que tiene que empezar a evolucionar, a cambiar, para que el sistema cambie. Solamente la ciudadanía podemos dar ese paso. ¿Como? Empezando por el principio de todo el entramado político: dejando de ser expectadores y expectadoras pasivas y consentidas y convertirnos en actores y actrices participativas con conocimientos, criterio y sentido común. Que el municipio sea cosa de todos y todas. Si los y las representantes municipales, los alcaldes y alcaldesas, los equipos de gobierno locales en su conjunto, tienen claro, porque así lo hemos demandado la ciudadanía, y no vamos a permitir algo diferente, que el discurso tiene que ser idéntico a la actuación o de lo contrario no cabe otra solución que dimisión, estos políticos y políticas locales trasladarán esta fórmula al siguiente eslabón en la cadena, y así hasta llegar al último.

La dicotomía política desaparecerá y el discurso, tanto de gobernantes municipales como representantes del conjunto de países europeos, irá precedido de sus actos en la misma línea. Llegado ese momento es cuando mi pueblo de nacimiento, que apenas tiene dos mil habitantes, mi pueblo adoptivo que va por los siete mil habitantes, y todos los demás pueblos y ciudades del estado español, podrán empezar a decrecer para desarrollarse con toda la dignidad, para cada persona, para sí mismos como entidades, para el planeta, y para esos hijos e hijas que con tanto mimo hemos parido o tenemos ilusión por parir.

Mi pueblo, mi país, Europa, el planeta, no puede seguir adelante con el convencimiento de que si la media entre el diez de la teoría y el cero de la práctica da un aprobado literalmente justo, no hay razón para alarmarse. El aire que respiramos, el agua que bebemos, el alimento que ingerimos, la casa donde vivimos, el trabajo que realizamos, depende de la práctica. No es admisible un cero bajo ningún punto de vista: si continúa el cero en práctica, en poco tiempo, nosotros y nosotras, ciudadanía, también seremos exclusivamente un cero, sin izquierda ni derecha a los lados que nos cobije.

DahirA.

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