Es miércoles, 8 de septiembre.
Esta mañana me levanté temprano, con la intención de bajar al río para unirme a los vecinos y vecinas que están tratando de impedir que las máquinas sigan abriendo la zanja en la vega junto al río, para colocar las tubos del trasvase.
Bajando por la Cuesta del Salitre me encontré con un vecino que subía en su furgoneta, y que al verme se paró para decirme que si iba al río no encontraría a nadie, pues hoy habían decidido no actuar ya que había una reunión en Granada, en la Delegación de Medio Ambiente. Una vez más, el pueblo llano con su sabiduría innata está siendo más respetuoso, conciliador y tolerante que las administracciones públicas y los polític@s a los que tod@s pagamos (se supone que para que nos representen y velen por nuestros derechos). Y yo que había pensado que con un poco de suerte algún policía musculoso me cogería en brazos para quitarme de enmedio.¡Qué le vamos a hacer!. Quizás tenga más suerte mañana.
No conozco todavía el resultado de esta reunión, pero sí se de antemano que había muy pocas esperanzas de conseguir detener la obra.
A lo que iba. Como ya estaba en la calle, decidí seguir caminando y darme un paseo como hago otras veces. Continué por la carretera de Los Laneros hasta Las Cábilas donde empieza el camino que llega hasta la orilla del río. En este punto, dudé entre seguir hasta el río o subir hasta la parte alta de detrás del pueblo, desde donde la vista del pueblo y la vega es espectacular. Así que retrocedí unos metros para subir por el camino que empieza en la Cueva de Steven. Al final de la cuesta, ya en zona llana me paré y me giré a contemplar el paisaje. Mientras subes, el pueblo y la vega quedan a tu espalda. En este punto del camino el campanario de la iglesia está situada justo en el centro del Cerro Jabalcón. Conforme vas avanzando por el camino, el campanario aparece con un fondo distinto. Es como si fuera girando al ritmo de tus pasos.
Seguí subiendo, ahora por la Cuesta de Castilléjar; al llegar arriba, el pueblo aparece allí abajo y el campanario de la iglesia tiene ahora de fondo Sierra Nevada, en la que este año todavía permanecen neveros del invierno anterior. El camino, ahora llano otra vez, termina donde se une con el que sube del cementerio por el otro lado del pueblo. Allí doy la vuelta para llegar hasta una pequeña atalaya, desde donde se divisa todo el paisaje que me rodea, quedando el pueblo abajo. En este punto, el campanario tiene de fondo los barrancos que bajan al río; a la derecha las Cuevas del Cubete; a la izquierda, Las Cucharetas, Sierra Nevada y Jabalcón. Y girando la cabeza un poco más a la izquierda, el cementerio.
La mañana es casi perfecta. El sol luce alto y algunas nubes acarician al Cerro Jabalcón. Una brisa fresca mueve un pino solitario que hay junto al camino. Su sonido se une al sonido casi silencioso de lo que me rodea: un pájaro, el ladrido lejano de un perro, un tractor; los sonidos cotidianos del pueblo que despierta lentamente.
He hecho este camino muchas veces y disfrutado de la paz y la tranquilidad; de la soledad, en compañía de la naturaleza, ahí subida en mi atalaya.
Pero hoy, a lo largo de todo el camino, había un sonido disonante, fuera de lugar. Era el sonido de las máquinas cortando chopos, abriendo la tierra, hiriendo la vega. Y no era solo un sonido mecánico. Era como un lamento, un largo y desgarrador lamento de la tierra herida. Y por un momento, el río, la tierra y yo hemos llorado juntos como un solo ser.
Poco después, el sonido de las máquinas paró, y durante el camino de vuelta a casa no se han vuelto a escuchar. Supongo que sería la hora del almuerzo. Pero yo entré en mi casa con la sensación de que el llanto las paró.
DahirA.
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