No a la escultura de mujer arrodillada representando a Mariana Pineda en la Plaza Santa Adela de Huéscar

viernes, 8 de marzo de 2013

Queridas hermanas



Me acuerdo de ellas a menudo, pero particularmente hoy, quiero tener una palabra para las compañeras artesanas de México y Ecuador que tuve la fortuna de conocer hace unos pocos años, sin moverme de mi pueblo.

Cada una de ellas, Chave, Dª Felipa, María, Paquita, Eva, y otra encantadora mujer de la que nunca recuerdo su nombre, pero si su mirada limpia y luchadora nacida en una aldea de los Andes, creadora de mermeladas y ávida de conocimientos. Todas ellas y algunas otras con quien apenas compartí unas palabras y una mesa,  atravesaron caminos imposibles, sobrevolaron un océano y recorrieron media piel de toro para que las supiéramos en carne y hueso y lucha.  

Llegaron con escepticismo, y que menos, los españoles se ensañaron con la población indígena cuando arribaron en el continente, y eso no se olvida por muchos siglos que pasen. Pero llegaron también con las sonrisas más hermosas, las experiencias más tremendas, las ganas de lucha intactas. Llegaron con sus artesanías bordadas, tejidas con paja, elaboradas con manjares de la selva andina. Dieron mucho y recibieron poco, que duda cabe.

Por eso siempre estaremos en deuda con ellas, aunque parezca que el tiempo nos ha alejado, nos ha olvidado. Pero el olvido es imposible. Las veo a menudo: bordando chales, tejiendo cestos, elaborando quesos, recibiendo a turistas sostenibles, unas junto al mar, otras en la cordillera, otras en tierras más secas y polvorientas o inmersas en una macro ciudad.

A todas, a cada una de vosotras, fuertes mujeres, mujeres trabajadoras, mujeres luchadoras, mujeres incansables, mujeres emprendedoras, mujeres valientes, lo contrario de la mujer arrodillada y sumisa que tuvo a bien plantificar el ayuntamiento de Huéscar en la plaza Santa Adela hace ya siete años. A todas vosotras, mis queridas hermanas, mi abrazo hoy. Siempre.

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