Hasta hace poco, las personas indigentes estaban bien
definidas: andrajosas, sentadas a las puertas de iglesias y establecimientos comerciales
reclamando una limosna por caridad. Solían poner un cartel junto a ellas que
documentaba su situación: discapacitados, número
de hijos a su cargo, desempleo.
También las encontrábamos por las calles, mano extendida pidiendo unas monedas con voz debilitada y lastimera.
Y en los bares. Y ahí dolía más. Una estaba sentada ante una cerveza y una tapa
de jamón, por puro capricho, y en estas se acercaba una persona indigente
pidiendo una limosna. Entraba cargo de conciencia, la verdad. Por un momento,
te revolvías inquieta en la silla. Y cuando la persona indigente se alejaba,
con o sin limosna, exclamabas ¡joder, que injusta es la vida! o, depende del
humor que tuvieras ese día ¡cagonla, tenia que tocarme a mi, ya me ha jodido la
cerveza!
Reconozco que en más de una ocasión, y de dos, he pagado el
importe de un bocadillo, o un café con leche y bollería a elección, o he dado
unas monedas. Oye, y que bien te sientes después de esa acción. Parece que
acabas de contribuir a que el mundo sea mejor, más justo, más equitativo. Y sin
tener que acampar durante meses delante de un organismo oficial exigiendo
justicia social. Sin firmas comprometedoras.
Después de ese gesto de, no se como llamarlo, quizás caridad
sea la palabra mas apropiada, yo he continuado mi vida, y la persona indigente,
la suya. Y cuando, en algún momento indeterminado posterior he visualizado la
escena, ya no he sentido bienestar emocional transitorio por mi buena acción,
he sentido repugnancia por mi misma. Entiéndanme, repugnancia moderada e igualmente transitoria,
que soy persona muy ocupada de natural y no tengo mucho tiempo para perder en banalidades.
Y menos, en reproches a mi persona, a la que estimo considerablemente y mucho
le consiento.
Al fin y al cabo, no depende de mi erradicar la pobreza más
cercana, de la más lejana, ya ni cuento, porque si por mi fuera, no quedaría ni
un solo pobre en la faz de la tierra. Salvo algún mendigo rebelde y vocacional,
que haberlos haylos, como el mítico Bernardo Gonzalo, a quien entrevistó Llamazares,
Julio, allá por el año 1992.
Como decía, aunque sea una obviedad, no está en mis manos
cambiar el rumbo del planeta, y la erradicación de la pobreza local, nacional y
mundial. ¿O si? No me refiero a mí como persona individual, sino como persona
que forma parte de un grupo conformado por miles de millones de personas.
Sumarme al activismo contra la pobreza es una de ellas.
Otra, tener localizadas a las mayores fuentes generadoras de pobreza y actuar
en consecuencia, es decir, rechazarlas de pleno. Políticos, banqueros,
empresarios, religiosos, que generan pobreza con una mano y con la otra llaman
a que participemos en su nombre a paliar los efectos más crudos de la pobreza
que ellos han generado, al tiempo que ocupan titulares presumiendo de sus
donativos. Zara, Mercadona, La
Caixa, el Vaticano, PSOE, PP son algunos ejemplos.
A nivel local y comarcal se ha puesto de moda la caridad,
aunque los tiempos avanzan que es una barbaridad y ahora a las limosnas las
llaman solidaridad y además son en especie, nada de calderilla ni convites a cafés
o bocadillos. Son más asépticas, organizadas y salen a cuenta, no crean. Antes, te invadía un
pobre en plena calle, o un bar, y si tenías un buen día, echabas mano al
monedero, con la mala fortuna de que la moneda mas pequeña era una moneda de
euro ¿Qué hacías con el pobre delante, le decías que no llevas suelto, o le das
el euro? Ahora, gracias a la organización, puedes decidir antes, días o semanas
antes, el importe de tu limosna: 0,45 céntimos de un kilo de sopa en oferta, o el
bote de rambutan en almíbar que te colocaron en la cesta navideña del año
pasado y que ni te has atrevido a abrir, convirtiéndose en un estorbo en la
despensa, y un cargo de conciencia tirarlo a la basura, y mira por donde, te
vas a convertir en persona solidaria gracias al dichoso rambutan. Y a los
pobres, ni tienes que verlos. Tú vas y depositas, el día y la hora indicados, tu limosna en unas bonitas cajas con logo y
una persona voluntaria, también de uniforme con logo, te regala a cambio una
bonita sonrisa. Te evitas el mal trago de ver a la persona sucia y raída, niños
y niñas con el pelo enmarañado y colgándole los mocos, personas tullidas.
Este sistema tiene, sin embargo, la desventaja del peso, un
kilo es un kilo, y oye, no te lo vas a echar en el bolso y vas a estar dándole
tumbos por ahí hasta que puedas acercarte al punto limosnero. Por eso, han
ideado otra modalidad, todavía más aséptica: el ingreso en efectivo en el número
de cuenta bancaria que hayan dispuesto. Tú vas al banco, esperas tú turno y
cuando te toca le dices al empleado o empleada: por favor, ingrese un euro y
ponga mi nombre. A cambio, es posible que no recibas una sonrisa, sino un gesto
de mal humor de la persona que te ha atendido. Por eso existe una modalidad mucho
más aséptica: hacer una transferencia desde tu propia casa, desde tu ordenador,
de tu cuenta a la del banco. Sin desplazamientos, malas caras, transporte de
peso, colas. Pierdes la sonrisa agradecida del voluntario o voluntaria, pero ganas
en tiempo y anonimato.
Pero aquí, comarca de Huéscar, somos muy de pueblo, ya
saben, olvidados del mundo, y la modalidad solidaria que prima esta temporada es
la del kilo, contante, sonante y presencial. Y si te descuidas, te hacen foto
para la posteridad, la mejor forma de demostrarle al mundo cuán buena eres.
Es posible que alguien piense, bueno eso esta bien, que
sepan los políticos gobernantes que la gente no les apoya, que está de parte de
los excluidos, para que se sientan avergonzados, y pongan en marcha
urgentemente medidas rotundas contra el desempleo. Nada más lejos de la
realidad. Los políticos y las políticas comarcales, así como las entidades satélites,
son ladinos como pocos, y han decidido unirse a los planes caritativos: firman
convenios de caridad, ceden edificios, donan pagas extras, ofertan cultura y
deporte a motor a cambio de un kilo alimenticio, hacen recolectas en efectivo
para cambiarlas por kilos de comida a donar, pagan a la prensa para que les
saque con foto o sin foto…
La pobreza es cosa del desempleo. El desempleo es cosa de la
crisis. La crisis la han generado ellos, los políticos y políticas. No lo van a
hacer todo ellos. De dar de comer a las personas desempleadas que se encargue
la ciudadanía empleada, pensionista o subsidiada. Ellos, como mucho, apoyan y
colaboran, con la otra mano, la que le ha dejado libre el saqueo.
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