Me acabo de dar cuenta que estoy plena de saludables emociones, y eso que todavía
no ha comenzado el taller ofrecido desde el CMIM Huéscar, organizado por Diputación
y, supongo, que con el beneplácito de la coordinadora del IAM en Granada, que
por si ustedes no lo saben, es vecina de Huéscar y concejala de Igualdad de
este ayuntamiento. El taller se llama “Emociones saludables” y está dirigido a
mujeres en general.
Mis emociones, todas muy saludables, son muchas. A nivel
local, me emociona profundamente los niveles de desempleo, los enredados sorteos
del ayuntamiento para cubrir los puestos de trabajo sin cualificar, y la
opacidad que se gasta en la contratación de los cualificados y ya, cuando
escucho los temas de conversación entre los niños y adolescentes de mi barrio que
versan sobre hermandades religiosas, fútbol y la gilipollez de tener que
estudiar inglés siendo españoles, me emociono total y absolutamente. La
escultura de Mariana Pineda de rodillas en la plaza Santa Adela hace ya mucho
tiempo que me emociona.
A nivel nacional me emociona, muy saludablemente, el
desempleo y el empleo precario, la carga que tienen que soportar muchos miles
de jubilados con pensiones mínimas, dando de comer a hijos e hijas y sus
descendientes, y desde el domingo, prestando dinero al gobierno, quieran o no
quieran, pagando parte de las recetas medicas que en un plazo aproximado el
gobierno les devolverá. Me emociona particularmente que mi hijo, con bachiller
internacional, el titulo universitario de Desarrollo Internacional, bilingüe,
dos años de experiencia en energías renovables y ahorro energético en la
universidad de Edimburgo y en Ciudad del Cabo, y algunos etcéteras más en los
que no me voy a extender, tenga que verse obligado a continuar siendo
emigrante, si o si. Por emocionarme, me emociona mi propio e indeseado
desempleo.
Me emocionan saludablemente también, que todo hay que
decirlo, los incendios en Valencia, esas casi cincuenta mil hectáreas que están
ardiendo desde el fin de semana, y que son susceptibles de convertirse en
terrenos urbanizables, de la misma forma que me emocionan, y hasta se me saltan
las lagrimas de la emoción, no puedo evitarlo, los 4,6 euros que paga por un cartón de leche
el hospital de Santa Lucia de Cartagena.
Me emocionan, saludablemente, muchos más temas: las
hambrunas de los países a los que Europa les roba los recursos, los recursos
locales que no se aprovechan; los alcaldes de pueblo que cobran 54.740 euros
anuales, y los bancos y cajas de ahorro que han vendido preferentes y acciones
a personas ancianas, analfabetas o
discapacitadas intelectuales y me emociona que los cuerpos de seguridad que
están para proteger a la ciudadanía, a veces se confundan y la apalean y
detienen para acabar multándola, quizás por haberse dejado apalear y detener
por la policía nacional o autonómica.
Mis saludables emociones son tantas que le faltan horas al día
para poder dar rienda suelta a todas. Si no es porque estamos en situación de
recortes pediría al gobierno, con todo respeto, que alargara los días por
decreto ley.
Aunque quizá ahí radique el problema, en que no gestiono
bien mis saludables emociones, y por eso debería inscribirme en el taller de gestión
emocional y búsqueda de lo femenino, que no se yo que será eso de femenino, no
me suena de nada, nada. “En busca de lo femenino” se llama el segundo taller.
Lo que me ha hecho recordar aquella escena de la película “Tomates verdes
fritos” en la que una de las protagonistas acude a un taller de autoestima femenina
en el que la conductora le entrega un espejo de mano a cada mujer, y le pide
que se sienten en el suelo, se quiten las fajas y bragas, abran bien las
piernas y observen a través del espejo su “feminidad”: labios, clítoris,
abertura vaginal.
El problema es que soy tímida en esos asuntos de cuerpo
descubierto dirigidos por una persona vestida. Lamentándolo mucho, voy a obviar
los esfuerzos de Diputación y de la Concejalía de Igualdad de Huéscar por ayudarnos a
encontrar nuestra feminidad, que no nuestro feminismo. El feminismo, es decir,
la igualdad de genero, debe ser para ellas poco menos que pecado.Y en materia de empleo, con el de ellas ya basta, deben pensar.
En fin, si alguna señora inscrita en el taller de emociones
saludables y búsqueda de la feminidad leyera estas líneas, le doy un consejo:
acuda al taller ligerita de ropa interior, para encontrarse con su feminidad
sin muchas dificultades. Y que la disfruten, por supuesto.
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