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sábado, 9 de abril de 2011

Enchufes, la otra prostitución

Hace años, un chaval quería estudiar una carrera universitaria concreta en un país en el que no requerían pruebas de selectividad para acceder a la universidad, aunque la admisión estaba sujeta en principio a unas notas mínimas en bachiller, que variaba de una universidad a otra. Esta carrera se impartía en seis universidades públicas de ese país. Este chaval quería estudiar en una universidad concreta de esas seis, ya que el programa que ofrecían era el que más le interesaba. Como aún no tenía la nota definitiva del bachiller cuando llegó el momento de solicitar la matrícula, sin ese aval, intuyó que su situación no era nada favorable. No obstante, como además de la nota media tenía que adjuntar, por escrito, los motivos que le impulsaban a querer estudiar esa carrera y en esa universidad, optó por solicitar las seis universidades, en la confianza de que alguna lo admitiría, aunque no fuera su favorita. Poco a poco le fueron llegando las respuestas de cada una de las universidades. Las seis fueron positivas, estaba admitido en las seis, aún sin conocer las notas. Pero lo que le hizo dar saltos de alegría -saltos literales- a este chaval es que le habían admitido en la que él quería, por sí mismo, no por la nota. Les he gustado yo, decía, no unas putas notas. (Hay que decir que finalmente la nota que obtuvo estaba dentro de la requerida por la universidad donde finalmente cursó sus estudios universitarios). Y no nos equivoquemos, hablo de una universidad pública, gratuita, y la matrícula, por cuestiones económicas de la familia del chaval, fue subvencionada por el gobierno de ese país; es decir, no cabe pensar que lo admitieron porque el alumno era una fuente de ingresos económicos para la universidad.

Esto viene a cuento por el tema de los enchufes, de los que tanto se está hablando en los últimos días en Huéscar y tantos nombres propios están saliendo a luz. Casi cada cargo político de alcalde para abajo tiene el suyo propio y aporta los de sus familiares, distribuidos no solo en el ayuntamiento sino en las empresas públicas locales y demás entidades satélites dependientes de las distintas administraciones. Los saltos de alegría que puedan dar esas personas, una vez que les haya sido confirmado el empleo, no tienen nada que ver con los que en su momento dió el chaval al que me refiero, ya que ese puesto de trabajo no se lo han ganado, no los han elegido por sus méritos y su currículum, si no por dación o lazos familiares. Nada, por otro lado, de lo que deban sentirse orgullosos y orgullosas. Todo lo contrario: demuestran una profunda indignidad como personas solicitando ser las primeras, amparadas en los servicios prestados a un partido político, o la promesa de prestarlos en el futuro, sin tener en cuenta que sus sueldos, a partir de ese momento, los vamos a pagar la ciudadanía, no el partido político que se ha hecho eco de sus peticiones. Indignidad e insolidaridad. Más allá de su ombligo el mundo no existe o les importa un pimiento.

Los enchufes son una enrevesada forma de prostitución. No estoy refiriéndome a la prostitución física, al alquiler del cuerpo con fines sexuales por una tarifa establecida de antemano, o la prestación del cuerpo con los mismos fines más servicios domésticos adicionales, a cambio de seguridad económica. Este tipo de prostitución al que estoy aludiendo es bastante más grave. No interviene el cuerpo directamente, ni tiene nada que ver, por lo general, con la sexualidad. Se trata de la prostitución de la persona en sí misma. Esa persona que ofrece su apoyo, su nombre, su imagen, a un partido político a cambio de un empleo, para sí misma y para ciertos familiares y amistades. Y el partido en cuestión, está encantado: obtiene las prestaciones que necesita y además no le cuesta un euro: los euros los pagamos la ciudadanía, en efectivo y en desempleo. Me pregunto, al igual que lo hago con la prostitución física, ¿que es necesario erradicar primero, a la prostituta y el prostituto o al cliente que demanda los servicios de prostitución?. Si no existieran personas que reclamen un enchufe, las y los enchufadores no tendrían nada que hacer. Y si no existieran los y las enchufadoras, las personas que demandan un enchufe tampoco tendrían nada que hacer.

Hace ya años, una persona que trabaja en una de las entidades satélites, me dijo, con cierto retintín, "como eres muy amiga del alcalde..." No, perdona, no tengo ningún tipo de amistad con el alcalde, ni con ningún otro político o política, fue mi respuesta. Mi relación con el alcalde se debe exclusivamente a las entrevistas que hemos mantenido, en su despacho de la alcaldía, en relación directa con la asociación y los proyectos en los que es imprescindible que se involucre el ayuntamiento para su desarrollo. La primera vez, y la segunda, que me dirigí, posiblemente, con alguna compañera más, al alcalde, o solicitamos una cita con él, no sabía a que partido político pertenecía, no porque, obviamente, eso no fuera de dominio público, si no porque no tuve el mayor interés en saberlo (por aquel entonces, apenas vivía aquí desde hacía un par de años, y no había coincidido con ningún periodo electoral). Daba por hecho -en un alarde de tremenda ingenuidad por mi parte, es cierto- que un alcalde o alcaldesa y su equipo gobiernan para toda la ciudadanía, y están obligados, cuanto menos, a escuchar las demandas de ésta y a hacerse eco de ellas si son de justicia o suponen un beneficio para la comunidad. Quizás la respuesta que dí a la persona que hizo tal afirmación de la presupuesta amistad sirvió, más que para fortalecer el apoyo a los proyectos de la asociación, para desestimarlos. Si no había enchufe, si no era una enchufada, si no contaba con el apoyo incondicional del alcalde, por cuestiones ajenas, no era necesario molestarse en estudiar la viabilidad de las propuestas, ya que no era una obligación, según el código ético en uso.

Por eso, cuando, como ha sucedido hace poco, una persona me explicaba los motivos por los que quería entrar en un determinado programa asociado a la administración, y que me parecieron motivos suficientes, y méritos suficientes, añadió que iba a remover cielo y tierra hasta encontrar un enchufe que le asegurara esa plaza, sentí una profunda vergüenza ajena. Lo lógico hubiera sido que esa persona dijera que iba a remover cielo y tierra para demostrar que merecía esa plaza. Sin embargo, esa persona reducía su valía a sus contactos políticos, o sus posibles contactos políticos. Quizás porque, menos ingenua que yo, sabía que era la única forma de conseguir sus objetivos. La única forma según el sistema habitual en estos pagos de selección para contratos públicos y plazas formativas públicas. Lo penoso es que esa persona, muy válida a priori, no se diera cuenta de que con su actitud está perpetuando un sistema caquicil y dictatorial y por tanto, tremendamente injusto. Incluso para sí misma. Que esa persona no haya sido capaz de dar un paso más, y poner sobre la mesa sus méritos y defenderlos, y reclamar, y denunciar si es necesario, demuestra que nos falta un eslabón para alcanzar la verdadera democracia. Que todavía, después de más de treinta años llenándosenos la boca hablando de democracia, no conocemos nuestros derechos, ni hemos recuperado la dignidad.

Y ya, cuando empiezan a circular los nombres, numerosos nombres, van encajando todas las piezas del puzzle, de las personas que aprueban unas oposiciones o están ocupando puestos de trabajo públicos y su relación directa en calidad de afiliadas, políticas en ejercicio y familiares de, del Partido Socialista Obrero Español, me pregunto que parte del nombre del partido no han entendido todavía las personas afiliadas y afines al mismo y las que ocupan cargos políticos en su nombre. Como también me pregunto cuantas personas desconocemos la Constitución Española del 1978 y los derechos y obligaciones derivados de ella.

¿Cuando daremos saltos de alegría, como el chaval del ejemplo primero, al ser seleccionados y seleccionadas, elegidos y elegidas, contratados y contratadas, por nuestros méritos, y no por nuestras afinidades con un partido y los contactos políticos por razones de sangre y/o de agenda?

¿Cuando erradicaremos la prostitución?

DahirA.

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